El pistachero es uno de los árboles más antiguos de los que se tiene constancia. Ya aparecía en la Biblia (Génesis 43:11). Su origen, se encuentra en las sociedades de Oriente Medio. En Persia (el actual Irán) contar con arboledas que produzcan estos frutos era considerado un lujo de la clase alta. De hecho, la reina de Saba hizo prohibir el consumo de este fruto seco entre el pueblo llano, puesto que deseaba que este solo pudiera ser disfrutado por los estratos más privilegiados de la sociedad. Hay evidencias del consumo de pistacho desde el 7000 a. C. y, ya en el siglo VI a. C., los pueblos persa y sirio lo cultivaban.
Por su parte, el rey babilonio Nabucodonosor II solicitó que en los Jardines Colgantes (una de las 7 Maravillas del Mundo Antiguo) se plantaran pistacheros. De esta manera, calmaba la ansiedad de su esposa, que consideraba que el paisaje de Babilonia era demasiado monótono. Incluso los pistachos han tenido un gran simbolismo para los enamorados de Oriente Medio, ya que muchos de ellos se refugiaban bajo sus árboles para escuchar, como símbolo de la buena suerte, el ruido que hacía, cuando se abría, el fruto maduro.
Ten en cuenta que, por entonces, los pistachos eran auténticos manjares. Estaban asociados, sin duda, a épocas más boyantes que las que pasan los Estados asentados en la actualidad sobre estas tierras, sumidos en una perversa espiral de guerras y otros dramas. En la principal potencia productora de estos frutos secos, Persia, eran conocidos, por las formas de sus cáscaras, como pistachos sonrientes. En China, por su parte, el pistacho es identificado como el fruto seco feliz.
Como los pistachos suponían altas aportaciones nutricionales y, además, podían ser almacenados durante un largo tiempo, fueron unos alimentos muy apreciados por los primeros comerciantes y expedicionarios. De esta manera, llegaron a Grecia mediante las conquistas realizados por Alejando Magno en el siglo III a. C. Con Tiberio (siglo I a. C.) se introdujeron en la Italia del Imperio Romano, desde donde acabaron llegando a África y España. La difusión del islamismo también propició su implantación en numerosas zonas bañadas por el mar Mediterráneo.
Como si de una antigua globalización se tratara, aunque sin redes sociales, el pistacho había dado el salto de Oriente a Occidente, donde también iba a ser muy valorado. Durante largo tiempo fue un fruto seco del que, como una especie de delicatessen oriental, solo podían disfrutar las más altas esferas de las cancillerías europeas. Pero el pistacho se acabó haciendo popular y, cuando estalló la II Guerra Mundial, ya era un aperitivo muy valorado por la clase media.
Como comentamos, este fruto seco llegó a nuestro país en los tiempos del Imperio Romano y su cultivo pervivió durante la ocupación árabe de la península ibérica. Sin embargo, sus campos acabaron desapareciendo debido, sobre todo, al éxito de las cosechas de los cereales y olivos y a la improductividad de los árboles macho. Estos árboles no producen pistachos, pero son imprescindibles para que los árboles hembras puedan dar frutos. Ante el desconocimiento, los lugareños comenzaron a arrancar los pistacheros macho dando lugar su desaparición.
En 1988 los pistacheros llegaron a Castilla-La Mancha, que, hoy en día, representa el 80 % de la producción española. Sin embargo, pese a que nuestro país es el que mejor condiciones tiene en Europa para la plantación, dicha producción no llega al 1 % mundial.
En definitiva, uno de los frutos secos más antiguos, cuya importancia está creciendo de forma exponencial. El pistacho español, está dispuesto a reconquistar paladares en todo el mundo.